Hace
unos días leí una noticia sobre una sentencia del Tribunal Supremo
que lleva por título “la
denuncia de malos tratos puede otorgar una pensión de viudedad a
pesar del divorcio” aún
sin haber sentencia condenatoria,
aplicando
la ley general de la Seguridad Social que así lo permite a las
víctimas de violencia de género. Pero el Tribunal Supremo va aún
más allá indicando en su sentencia que “la
existencia de denuncias por violencia de género constituye un serio
indicio de que la misma haya existido”. Algo
más que evidente si nos fijamos en que la actual ley contra la
violencia de género al aplicar el derecho penal de autor evidencia
en sí misma la ausencia de denuncias falsas dando por hecho que el
hombre es culpable con la simple denuncia de su pareja femenina.
Esto
me hizo pensar sobre la injusticia que esto implica para el resto de
la población en general y las mujeres en particular, ya que
únicamente se permite a las mujeres que hayan denunciado a sus
maridos o parejas sentimentales y que deja, una vez más, la puerta
abierta a las falsas denunciantes y al abuso desmesurado de la ley.
En
este sentido me gustaría hacer un alegato en favor de las segundas
esposas, las grandes olvidadas, y muchas de ellas sufridoras de los
daños colaterales de la Ley Integral Contra la Violencia de Género
que no tienen los mismos derechos que las primeras esposas en ningún
aspecto: Imaginen tener que mantener a los hijos de otra, pagar la
pensión de alimentos por sentencia judicial, o que los hijos habidos
en un segundo matrimonio no tenga los mismos derechos que los del
primero. En muchos casos tienen que actuar de intermediarias entre la
primera esposa y el marido debido a la existencia de órdenes de
alejamiento o, simplemente, para evitar daños mayores a los hijos.
Pónganse por un momento en su piel e intenten empatizar con ellas
sintiendo cómo son maltratadas en los juzgados, vejadas, insultadas,
denunciadas e incluso maltratadas por la ex de turno. Intenten sentir
el sufrimiento que llevan a cuestas al pensar que sus parejas pueden
terminar con sus huesos en la cárcel por el deseo de venganza de
mujeres sin escrúpulos cuyo único deseo es destruir a la persona
con la que estuvieron emparejadas y con quien tuvieron hijos.
Piensen
cómo tienen que actuar con unos hijos que no son suyos y a los que
quieren como propios, cómo se sienten cuando tienen que consolar a
hombres destruidos física, psíquica y socialmente haciéndoles ver
el típico tópico de “no hay mal que cien años dure”.
Sientan
su tristeza, su impotencia, y su esfuerzo por tener siempre buena
cara ante situaciones adversas.
La
ley sobreprotege a las primeras esposas, favorece a la mujer frente
al hombre en procesos de divorcio, por no hablar en casos de
violencia doméstica. Pero no a todas las mujeres. Únicamente a las
que denuncian.
Los
políticos se llenan la boca intentando engatusar a las féminas para
que denuncien a sus maridos con el único fin de generar negocio. ¿Y
qué tipo de negocios se fomentan? La respuesta es Muchos en
mayúsculas. Comenzando por los abogados que además de cobrar
suculentas sumas de dinero viven a costa del sufrimiento ajeno, tanto
del hombre como de la mujer.
Imaginen
el coste que supone una denuncia entre juicios, recursos,
contradenuncias, y demás, por no hablar si el circuito se eleva al
Tribunal Supremo y al Constitucional.
Otro
negocio es el de los mediadores, que si bien son una figura creo que
necesaria, también cobran del erario público.
Continuamos
con el gran negocio que supone la reinserción de los llamados
maltratadores en forma de cursos para la educación y respeto hacia
las mujeres así como los trabajos en beneficio de la comunidad para
quienes tienen la “inmensa suerte” de no entrar en prisión. De
entrada tienen que reconocer que son culpables, lo sean o no, porque
en caso contrario, el psicólogo que realiza el curso no dará un
informe positivo al juzgado.
En
cuanto a las casas de acogida para mujeres maltratadas suponen un
elevado coste y un gran negocio puesto que da puestos de trabajo,
pero sin embargo, no existen casas de acogida para hombres
maltratados, ni para indigentes, ni para parados, ni para hombres que
han perdido todo en sus procesos de divorcio, ni para mujeres
separadas que no tienen trabajo ni ayudas para subsistir.
Actualmente
surgen Fundaciones de debajo de las piedras para ayudar a mujeres que
han sufrido maltrato, lo cual me parecería bien si también se
dedicaran a ayudar a mujeres que sin haberlo sufrido se encuentran en
circunstancias cuanto menos parecidas. Porque maltrato hay de muchos
tipos, pero reconocido, sólo uno.
Nos
han convertido en esclavos de la ideología de género, segregados
por nuestra condición sexual, victimizando a un sexo y
criminalizando al otro. Creando desigualdades ya no sólo entre
personas, sino entre sexos.
Se
utiliza a las mujeres enseñándolas a ser víctimas, a quedar por
debajo de otro ser humano. Piensen seriamente en esto: la ley
integral contra la violencia de género es una ley machista
disfrazada de progresista que utiliza a las mujeres como moneda de
cambio, convirtiéndolas, convirtiéndonos, en ciudadanas de segunda.
Han creado una sociedad en la que ser víctima es sinónimo de poder.
Quien no sea catalogado como víctima no tendrá ningún derecho. Y
entre las propias mujeres existe una gran brecha que crece a pasos
agigantados. La que denuncia a su pareja masculina tiene el poder, la
que no lo hace carece de cualquier valor social o institucional,
convirtiéndolas en mujeres de segunda con menos derechos y
oportunidades.
http://www.sierranortedigital.com/251732506/Segundas-mujeres-y-mujeres-de-segunda.-Por-Blanca-Escano.html
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